En la oscuridad despertarán

 Era día pero se hizo noche. Paulatinamente las sombras se ciñeron sobre el camino y fueron conquistando terreno hacia las casas. La luz era tragada por las tinieblas y todos los pobladores tuvieron, sin más remedio, que volver a sus casas con la velocidad que sus alpargatas les permitían. 

La familia estaba a la mesa cuando el primer rayo de luz se desvaneció. Se pensó primero que era una nube pasajera pero luego la oscuridad fue ganando terreno. La comida se detuvo y la familia miró con asombro al patriarca al entrar con una expresión de horror. 

— Se lo comen, al sol. Dios nos salve. 

El gallo cantó, confundido por el anochecer antojado cual amanecer. Los pájaros trinaron con desesperación y una lechuza ululó al final, con la desesperación que anuncia la muerte al niño en la cuna. Los animales salvajes se escondieron en sus refugios y los humanos se creyeron seguros a la luz de una solitaria vela al centro de su mesa. 

— Tengo miedo, 'amá.

Pareciera que el infante dió la señal de salida. El mundo estaba en tinieblas a la luz de un eclipsado día. El viento sopló hasta apagar la sencilla luz del hogar y el mundo en penumbras clamó por vida y sangre. 

— Esposo, mi madre decía que si esto pasaba, nos llevarían a todos. 

— También la mía, mujer. También la mía. 

Apretujados en el silencio de la casa, los sonidos que hicieron los objetos se escucharon acrecentados, como las piedras al caer en una caverna. Los ecos se perpetraron por todo el vacío de la humilde morada y lo que no se creía vivo, despierto estaba. 

— Te amo mujer.

Era ilógico pensar que la mesa donde tantas noches tomaron lugar para comer en familia hoy se levantara cuál monstruo para devorarlos a ellos. En las casas vecinas también sonaban los gritos; el banquillo, la banqueta, el comal, todo objeto que fiel y estoicamente había servido a un fin, gritaba como bestia, arremetiendo ante los dueños. Tragando con rencor a sus esclavizadores. 

Cuando la luna dió un paso al costado del sol, los objetos cotidianos volvieron a su forma. Ya no eran criaturas que se tragaban a sus dueños, sino tan sólo una humilde cuchara, un triste exprimidor, una anillada olla, un sucio tamulador... todos junto a los pedazos desperdigados de quiénes fueron dueños antes de apagarse el sol.

Tan sólo al final de la calle una casa se mantuvo en pie. Aquella con el leek en la mesa, y el guaje con agua a su lado.

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